"Mi abuelaChela, por ejemplo, se mete debajo de la mesa. A veces se le olvida salir y sequeda dormida. Un día decidió mudarse ahí con sus cobijas y almohadas. Me pidióque le ayudara a cargar la televisión, pero no encontramos dónde conectarla,así que hasta que pierda el miedo, dice, se quedará ahí. “Me quieren asesinar”,decía de los vecinos porque su casa olía a whisky pero ella no toma desde quese murió su hijo mayor, o sea mi papá, hace unos veinticinco años. Cada vez quevoy a visitarla me dice que escriba su historia, De cómo Chela llegó a hacerse vieja, dice que debería llamarse, ycontaría, entre otras cosas, lo de los gatos. Un día llegó un trío de gatos yse quedó en el techo de la casa vecina, que da a la cocina de mi abuela. Ellales da de comer un día, y a partir de entonces los gatos ya no se quieren ir.Luego mi abuela Chela se la pasa todo el día pensando en los gatos, uno café,uno pinto y el otro amarillo. Mi abuela dejó de comer. No quiere entrar a lacocina porque los gatos no hacen más que esperar a que ella les dé las sobras. Cadavez que voy me pregunta si están ahí, le digo que sí y ella se pone a llorar.No para hasta después de unos quince minutos. Después me pregunta si los gatossiguen ahí. Yo le digo que sí y ella llora.
            Mi amiga Robertha me dijo que lalocura era la mayor hipocresía de los escritores, y en algún lado leí que sóloa ellos, a los locos y a los místicos les está permitido —tal vez porque sóloellos pueden hacerlo —eso de quebrar el lenguaje, que es de lo que se trata laliteratura, supuestamente, del lenguaje, dicen. En la reunión de los viernes,mis amigos intelectuales y yo, que no soy intelectual, discutimos ese y otrosasuntos. Sobre la locura de mi tío León y la de la abuela Chela también, porqueellos piensan que son dos buenos personajes. Pero sobre todo porque piensan quetodo me lo inventé para tener algo de que hablar y ellos no quieren que mesienta fuera de lugar. Cuando les dije que mi abuela me había dicho que escribierasu historia, ellos dijeron que sí, que debería hacerlo. Así que eso hago.
A mí la verdad no me importa mucho el quiebre del lenguaje si no tiene que ver con mis propios quiebres, pero comoyo no tengo quiebres —a no ser los que se refieren a mi a veces marcadaantipatía hacia la gente (la gente en general, sin discriminar, y también consus excepciones)—, como yo no pienso en mis quiebres, hablo de los de las otraspersonas. Mi tío León, el loco, en realidad fue a internarse por cuenta propiaen el hospital psiquiátrico y casi siempre hablaba como en los libros. Frasesque seguramente había elaborado durante horas, era como si hablara en citas.Abandonó a su esposa y a sus hijos para irse ahí. Hacen mucho ruido, me dicecuando le pregunto por qué lo hizo."

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Antipatía y otros clamores, Semión Caballero

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