Möbius, los Buenosparanada y los Idiógrafos




En sus ratos de ocio y a escondidas del mundillo académico, el profesor Möbius, reputado patafísico y violinista ejemplar, se jacta de ser tipo ecuánime y de sofisticada pereza. Como pocas veces habla, la secta de los Idiógrafos lo respeta en la misma medida en que lo teme, pues bien sabido es que quien calla no otorga, pero sí hace creer a los que mucho hablan, que posee la insuperable virtud de jamás compartir su desmesurada sabiduría.


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A los Idiógrafos les gustaban las poesías (y ostentaban, uyuyuy, pose de intelectuales, obviamente), pero últimamente les había dado por hacer crítica de arte (citaban a Benjamin, Deleuze y Amélie Nothomb). Publicaban un montón de textos en blogs y revistas literarias de amigos cuya confianza en ellos era tal, que ni siquiera se atrevían a cometer la ofensa de revisarlos. Los Buenosparanada, afligidos, cancelaron sus suscripciones y se quejaron amargamente con el profesor Möbius, quien, como de costumbre, no dijo ni pío.


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Los Buenosparanada saben que la escasa expresividad de su querido profesor se debe a que el viejo patafísico tiene una voz tan chillante que le da vergüenza hablar en público. La secta, fiel hasta las pestañas, sabe que Möbius no sabe nada de nada, y que le tiene miedo a la gente. Por eso simpatizan con él.




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Como bien saben todos, salvo los Idiógrafos, la razón del desprecio de los Buenosparanada  no es, como se ha dicho con el objetivo de hacer polémica, que éstos piensen que aquéllos son estúpidos, mediocres o hipsters (o los tres). Los Buenosparanada temen a los Idiógrafos porque cada vez que encuentran palabras escritas por ellos (y son identificables inmediatamente por el inconfundible estilo, la redacción y las citas) les sale urticaria, se les caen mil cabellos (contados), y comienzan a moquear.


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